Como alguno sabréis, estoy terminando mi primer libro. Es un proyecto que tengo en mente desde hace años, un sueño que está a punto de hacerse realidad.
Honestamente, no sé si es bueno, regular, malo, o un tostón imposible de leer, pero de alguna manera forma parte de mí y quiero compartir con vosotros el primer capítulo. Admito comentarios, opiniones y críticas... ¿Qué os parece? :
El día
de Nochebuena, Berto estaba sentado en el sofá, ojeando un viejo álbum de
fotos. Esas eran las primeras navidades que iba a pasar solo y se encontraba
desolado. Sus padres fallecieron trágicamente diez meses antes, su hermano Juan
llevaba diez años en Canadá y las llamadas eran cada vez más esporádicas y
Belén, la novia con la que llevaba doce años viviendo, desapareció antes del
verano sin dar casi explicaciones.
La vida
de Berto en el último año se había desmoronado y sólo la gran amistad que le
unía a Lorena, José y David consiguió acabar con su depresión.
Se
detuvo en una foto en la playa de hacía 20 años. Era en la ría de Oyambre,
donde solía ir Berto con sus padres los fines de semana en verano. Allí estaba
junto a su hermano Juan, David, Manuel, un amigo de la infancia con el que
perdió contacto hace años y una chica pecosa y sonriente a la que no recordaba.
Esa chica le llamó la atención a Berto, pues la rodeaba con los brazos y ambos
se miraban sonriendo con ternura. Si no fuera porque apenas tenían unos 12
años, cualquiera diría que estaban destinados a ser el uno para el otro.
Intentó
recordar aquel verano, y un vago recuerdo llegó a su mente, pero no lo
suficiente claro. Cerró el álbum y encendió la televisión, dispuesto a ver
alguna película en Netflix. El móvil volvió a sonar. Otra felicitación
navideña. Más de 20 y sólo eran las cuatro de la tarde. “Maldita Navidad”,
pensó Berto mientras apagaba el móvil. Hoy no era día para celebrar nada. No
para él.
Acabó
dormitando tumbado en el sofá. El tranquilizante que tomó hizo efecto y pasó
toda la tarde relajado. Cuando quiso darse cuenta, eran las 8 de la tarde.
Justo en ese momento sintió que aporreaban la puerta. “¿Quién coño viene a
estas horas?” maldijo para sí Berto mientras se disponía a abrir.
- - ¡Vamos hombre! ¿En pijama a estas horas? Tienes 5 minutos para
vestirte. - Era Lorena quien entró en su piso sin preguntar, portando una
cazuela.
- - ¿Qué haces aquí? - Preguntó Berto incrédulo, cerrando la puerta.
- - ¡Eh! ¡Ten cuidado, casi me tiras las torrejas! - José venía tras ella…
y también estaban David y María, su mujer.
- Todos
portaban algo. Polvorones, turrón, lechazo… Berto miraba incrédulo mientras sus
amigos preparaban la cena de Nochebuena.
- - ¿Qué pensabas, que te íbamos a dejar solo en un día como hoy? -
Lorena, siempre la voz cantante de cualquier sarao, sonreía al hablar.
- - ¿Y vuestras familias? Habíais quedado todos con…
- - Hoy tú nos necesitas más. – Cortó José a Berto, pasando un brazo por
sus hombros. – Ellos se lo van a pasar bien sin nosotros, y a ti no te vamos a
dejar aquí lloriqueando.
- - Si es que no tengo ganas de fiesta José, me habéis pillado a punto de
irme a dormir. – Mentía Berto, sabiendo que no iba a colar.
Cuando
quiso darse cuenta, Berto estaba sentado en una mesa rodeado de sus cuatro
mejores amigos. Unos amigos que habían dejado de lado a su familia para pasar
la Nochebuena con él. Con las lágrimas a punto de brotar de sus ojos y un
doloroso nudo en la garganta observó sus caras sonrientes y comprendió que
nunca iba a estar solo. Era más afortunado de lo que pensaba.
Entre
risas, copas de vino y champán transcurrió una comida compuesta de caracoles,
langostinos cocidos, merluza al horno, cochinillo, torrejas, turrones y
polvorones. El tiempo pasaba volando y Berto olvidó por unas horas el fatídico
año que había pasado.
A las
doce, tras unas cuantas copas de vino y algún que otro chupito de orujo,
estaban todos ya algo enchispados. Entre José, María y Lorena habían recogido
la mesa y casi cualquier resto de la cena había desaparecido de la casa de
Berto.
-
-Bueno, ha llegado la hora de irse. Vamos al Kaos a seguir con la
fiesta. – José, siempre con ganas de una copa más, estaba decidido a que la
noche no acabase.
- - Vale, no voy a discutir. Sois capaces de llevarme a rastras cabrones. –
Berto Sabía que no podía negarse.
- - Cómo lo sabes Chiquitín. –
Confirmó Lorena, la única capaz de llamar así a Berto sin que soltase un
bufido.
Lorena
era una chica morena, de metro setenta y voluminosa. Con 32 años, llevaba 16
años viviendo sola y valiéndose por sí misma para todo. Había tenido pocas
relaciones y todas muy cortas y pensaba que era mejor el “sexo entre horas”
como decía ella que soportar una pareja estable. Era amiga de David y Berto de
toda la vida, siendo los únicos con los que no tenía secretos y tenía adoptado
a José, el más pequeño de todos, como una especie de hermano pequeño.
David,
de la misma edad que Lorena y Berto siempre fue el más formal de todos, a pesar
de que su larga melena y su look heavy
pudiera dar a entender lo contrario. Para él, Berto era el hermano que no tuvo
nunca, inseparable, se pasó la adolescencia y media juventud sacando las
castañas del fuego cada vez que Berto la liaba. Empezó con María a la vez que
Berto con Belén, doce años antes, pero mientras ellos llevaban 5 años casados,
Belén nunca quiso dar el paso y él sabía que tarde o temprano ella dejaría a su
amigo a poco que se torcieran las cosas. Le dolía tener razón.
Con 28
años, María era la alegría del grupo. Siempre riendo, era difícil no acabar
contagiado de su felicidad. No la costó conectar con los amigos de su hoy
marido y el hecho de que Berto comenzase a salir con su amiga Belén al tiempo
que ella con David ayudó mucho. Sin embargo, no le gusto la manera ni el momento
en que está dejó al mejor amigo de su pareja y, aunque antes eran inseparables,
ahora se habían distanciado. Rubia y bajita, era una mujer preciosa, con unas
curvas perfectas que comenzaban a deformarse debido a un embarazo de 3 meses
que habían decidido ocultar a Berto, quien deseaba tener hijos y su ex nunca
accedió a ello. En el fondo, sabía que era mucho mejor para él que Belén y su
egoísmo desapareciese de su vida y esperaba que Berto no tardase en darse
cuenta.
Por
último estaba José, de 26 años y que formaba parte del grupo desde hacía diez,
cuando entabló amistad con Lorena y Berto jugando una partida a los dardos.
Nunca se cansaba de beber ni de estar de fiesta, aunque era más responsable de
lo que pudiera parecer. A pesar de ser el menor de todos, siempre había
conectado a la perfección y era el primero en aparecer en cualquiera de sus
reuniones.
Berto
los analizaba a todos mientras se acercaban a Kaos, un pub donde solían ir a
menudo, sobre todo cuando tenían ganas de jugar unas partidas a los dardos. Les
estaba tremendamente agradecido por lo que habían hecho: renunciar a pasar la
Nochebuena con sus familias para hacerlo con él. Pero así eran ellos, si le
hubiera pasado a cualquier otro, él hubiera hecho lo mismo. Eran inseparables,
amigos de los de verdad, de los que se cuentan con los dedos de la mano y se
sentía muy afortunado de formar parte de ese grupo.
Llegaron
a Kaos y no les extrañó encontrarse un Pub casi vacío, pues en Torrelavega no
había mucha costumbre de salir el 24 de diciembre. El pub era más bien pequeño,
acogedor. Con una barra de poco más de seis metros, una fila de 4 mesas en
paralelo a ella dejaba entre medio una zona de unos treinta metros cuadrados.
Tras la barra, al fondo, la puerta de entrada a los baños y una máquina de
dardos.
Al entrar se encontraron a Elena, la camarera en la barra, con la que
quedaban también de vez en cuando para ir de comida, con cara de aburrimiento y
con razón: tan sólo una pareja al fondo del pub y un par de chicas en una mesa
cohabitaban el local a aquellas horas. No era de extrañar su expresión de
alegría al ver entrar a los amigos.
-
- Bueno, bueno, al fin un poco de alegría en Nochebuena. -Saludó Elena,
encantada de recibir la visita del grupo de amigos.
- - ¡Feliz navidad Elena! Vete poniendo unos cubatas que esta noche
promete. - José, como no podía ser de otra manera, ya estaba pensando en
liarla.
- - Bueno, para mi no, un zumo de melocotón, que estoy con antibióticos. –
Mintió María, utilizando la excusa que ya había utilizado en casa de Berto para
no beber.
- Poco a
poco José, David, María, Lorena y Berto fueron abrazando y besando a Elena. El
de la camarera con Berto fue especial: ella sabía lo que había pasado y además
siempre había sentido una especial predilección por él. “Me alegra verte por
aquí hoy, y encima con una sonrisa en la cara” susurró Elena a Berto.
Lorena
y David se pusieron a jugar a los dardos; siempre que veían una máquina el
vicio les podía. José y María entablaron conversación con Elena y Berto,
observador como de costumbre, investigó a la poca gente que poblaba el local.
La pareja del fondo no paraba de besarse. Tenían aún las copas llenas y parecía
que iban a tardar en acabarlas, si es que lo hacían alguna vez. Miró entonces a
las dos chicas de una mesa. Parecían tener más o menos su edad, una, rizosa y
rubia, iba muy arreglada, pintada y vestida como para ir de boda. Parecía algo
pija, tanto por la vestimenta como por sus gestos. La otra captó rápidamente la
atención de Berto. Melena larga color caoba un tanto despeinada, ojos color
miel, una sonrisa brillante en la cara y algunos kilos de más, la chica no
paraba de hablar.
Sus ojos se cruzaron con los de Berto y de pronto se hizo
para él muy familiar. “Juraría que no la conozco, pero esa cara… la he visto
antes en algún lado” pensó.
En la
mesa, la chica se había fijado en Berto nada más llegar. Era un chico del
montón, más bien bajito, aunque tenía una mirada penetrante y bonita.
Transmitía confianza. Cuando cruzó la vista con él, tuvo la misma sensación, el
de ser alguien familiar, aunque no recordaba haber visto a ese chico jamás.
“¿De qué me suena? Esa mirada… es como si esos ojos me habrían mirado antes.”
Ninguno
de los dos apartó la vista, se quedaron unos minutos mirándose y sonriendo,
intentando recordar dónde se habían visto, aunque ambos pensaron que era una
sensación errónea.
Aquel
fue el primero de muchos cruces de miradas que se sucedieron durante la
siguiente hora, hasta que ella fue al baño y, al salir, Berto se dirigió a
ella.
- - Llevo desde que te he visto pensando si te conozco de algo, y no es la
típica frase para ligar. Tu cara se me hace muy familiar, pero no consigo
recordar dónde te he visto antes.
- - Jajaja a mi me pasa lo mismo; juraría que no te conozco de nada y, sin
embargo, tus ojos me son muy familiares.
- - Pues lo has puesto peor, estaba empezando a creer que era imaginación
mía. Bueno, sea como sea, encantado: me llamo Alberto, aunque todos estos me
llaman Berto.
- - Igualmente, Berto yo soy Lisa, bueno, Elisa, pero no me llames así, lo
odio. Una cosa, igual suena muy atrevido, pero mi amiga se quiere ir para casa
y yo no tengo ganas, ¿os molestaría que me quede con vosotros?
- - Para nada Lisa, si me va a venir hasta bien, esos dos no paran de
jugar a los dardos, José en media hora va a estar muy pedo y María y Lorena se
pondrán a hablar del embarazo que intentan ocultarme, así que un poco de
compañía no vendrá mal.
- - ¿Embarazo? Pero, ¿es tu novia o algo?
- - Jajaja, qué va. Es la mujer de David, pero no quieren decirme nada
porque… bueno, es una larga historia y no quiero aburrirte con mis líos.
- - Para nada, puedes contarme lo que quieras. Me encanta hablar, aunque
de vez en cuando también me gusta escuchar.
Pasaron horas hablando. Lisa le explicó que
de pequeña veraneaba en Cantabria y que hacía un año se vino a vivir y trabajar
a Torrelavega tras separarse de su marido. Berto, contrario al principio a
contarle todo lo ocurrido aquel fatídico año, narró a Lisa parte de su vida: su
niñez, una adolescencia muy rebelde, incluso sus escarceos con la cocaína a los
20 años. A las 6 de la mañana llegó la hora del cierre de Kaos: habían pasado
más de tres horas desde que Berto y Lisa comenzaron a hablar.
-
- - Bueno pareja, ha llegado el momento de irse. – Era Lorena quien les
sacó de su ensimismamiento.
- - ¿Ya son las 6? Ni me he enterado… - respondió un incrédulo Berto.
- - Me ha encantado hablar contigo Berto, si quieres, toma mi número de
teléfono y podemos quedar otro día…
- - ¡Claro! Cuando quieras quedamos de nue…
- - ¡pero que estáis diciendo! A menos que vayáis a follar, la noche no ha
acabado. El Trejo abre a las seis y media, en lo que vamos para allá le
pillamos abierto. – José, incansable como siempre y con una borrachera curiosa,
resistía a terminar la noche.
- - Eres de lo que no hay José, - reprochó de manera cariñosa María. - No
te cansas nunca. Yo me voy para casa, David, ¿vienes o te quedas con estos
borrachos?
- - Vamos, vamos, si me tomo otro cubata ya no respondo… jajaja.
- - Pues si me esperáis diez minutos, yo me apunto a ir al Trejo. – Apuntó
Elena, la camarera del Kaos.
Y para el Trejo marcharon, salvo David y
María y con la incorporación de Lisa y Elena. Tomaron un par de copas más, esta
vez todos juntos, y Berto y Lisa no tuvieron ocasión de seguir intimando. Él se
fue a su casa pensando en Lisa. Era una chica divertida, risueña, habladora y
llena de energía. “quizá si la hubiera conocido en otra época, estaría pensando
en tener algo con ella” pensaba al entrar en el portal de su casa. Lisa llegó a
casa contenta. Había conocido a un grupo de gente muy maja, sobre todo Berto,
quien tenía los ojos bañados en tristeza. No sabía los motivos, pero estaba
claro que algo trágico había sucedido en su vida recientemente. Al llevar poco
tiempo en la ciudad, apenas conocía gente más allá de su trabajo y Berto era la
primera persona que le llamaba la atención en un año. “Aunque no sé si estoy
preparada para algo que no sea una amistad, sobre todo viendo cómo está él en
este momento”. Cogió su móvil y mandó un WhatsApp a su recién estrenado amigo:
Ya en casa. Nos vemos pronto, que descanses.
Pero Berto ya estaba dormido.